¿Qué preferís? ¿Cocinarle a tu marido o escuchar el disco de Randy Travis?
Un comentario sobre Cómo pronunciar cuchillo, de Souvankham Thammavongsa, publicado por Eterna Cadencia Editora.
Antes de ponerme a hablar sobre el libro alucinante que leí, quería darles la bienvenida a mi newsletter, después de unos tres años de silencio. Dame Pelota surge como un intento de hacer foco, entre tanta contaminación visual que tenemos hoy desde múltiples espacios, en una lectura específica. El comentario, no me atrevo a llamarlo reseña, es un conjunto de impresiones que me fueron surgiendo a medida que iba leyendo y que fui anotando, incluso, en los márgenes, en el mismo instante en que ciertas imágenes me captaron.
Cómo pronunciar cuchillo, de la escritora Souvankham Thammavongsa, es un conjunto de catorce relatos, en su mayoría breves, que Paula Galindez tradujo del inglés. Souvankham nació en Tailandia en 1983 y poco después migró junto con su familia a Canadá. En sus relatos, ese origen, la migración y la idea de encontrarse en ese “inbetween” forman una columna vertebral de la se desprenden otros temas y elementos curiosos que hacen de este libro un gran acierto del sello Eterna Cadencia Editora.
El primer cuento, y el que le da nombre a la antología, está narrado desde la perspectiva de una nena que enfrenta en la escuela las vicisitudes propias del choque de cultura más notorio: el del lenguaje. Hay una distancia que se traza, esa que te marca la línea imaginaria que inevitablemente la sociedad, sin importar el tiempo que pase, sigue construyendo, la de “ellos y nosotros”. Hay una crudeza que golpea a la hora de poner en escena ciertas secuencias que si una estuviera presente, tal vez, pasaría de largo. En estos relatos, y especialmente en este, la narradora no nos va a dejar que pasemos de largo, nos va a obligar a que nos detengamos en los momentos que al que siempre perteneció nunca le resonaron, mientras que el desencajado tuvo que ir recibiendo patadas de realidad sin desplomarse a lo largo de toda una vida.
Decía que sus amigos, que habían estudiado y tenían muy buenos trabajos en Laos, ahora estaban juntando lombrices o recibiendo órdenes de adolescentes con acné. Iban a tener que empezar de cero, como si la vida que habían tenido antes no contara.
“Cómo pronunciar cuchillo”
Hay algo con el despojo que capta mi atención y anoto en cada margen que puedo. Está el consciente, el que se resigna para sobrevivir, y está el que no se permite, el que se resiste con bravura. El lenguaje es una marca de lucha en las hojas de Thammavongsa: los personajes de los relatos lo saben, saben que si ceden un poco dejan ganar a esa mirada del otro deseosa por entrar y colonizar la herencia, la tradición que se lleva en la sangre. A veces, pronunciar mal una palabra, pararse enfrente de todos y aguantar las risas, es decir en voz alta “acá estoy, con mi tierra a cuestas, esto soy yo”. A su vez, hay un curioso tratamiento a través del nombre, algunos personajes deben adaptarlo en este territorio nuevo, repleto de angloparlantes. Hasta en esos detalles, se lee la resistencia, la mirada que se sostiene y no se baja, de mantener el sonido, de escucharlo de alguna boca laosiana pronunciado correctamente. Aunque, es imposible como lectora evitar arrugar un poco la página al leer esa renuncia momentánea en el que el nombre cambia, se adapta a una etiqueta cómoda para el local y desgarradora para el del afuera.
“Sam no”, insistía. “Somboun”, y pronunciaba los tonos de las vocales como los pronunciaban los laosianos, se resistía a hacer más fáciles las cosas. Pero ese día, se tomó lo que ella dijo como una broma, y se le dibujó una sonrisa enorme. Conocer lo que le molesta a alguien es una forma de cercanía.
“París”
La intimidad, entonces, muchas veces está en nombrarse, en la musicalidad de la fonética laosiana en territorio canadiense. En que te observen de cierta manera o que te cocinen algún plato con especias o en que te acompañen a un recital para ver al único ídolo capaz de encender tu deseo. También se da a través de la ternura y como algo capaz de prender una mecha entre tantos cuerpos expuestos, entre tanta agilidad occidental. Los gestos y el recorrido de los ojos forman parte de un mapa sobre vincularse. Los personajes abren paso a prestarle atención a detalles tan chiquitos que, como lectora, me da vergüenza darme cuenta de que nunca antes había reparado en ellos. Las pequeñas cosas son las que hacen que la balanza se incline a nuestro favor, por más que eso no siempre nos beneficie.
Madres y padres aparecen mucho y cada vez que lo hacen parece como si un tornado decidiera llevarse puesto todo. Son el reflejo de lo cruel que puede ser el abandonar el hogar, empezar de nuevo, de todo lo que hay que ceder, de lo complicado que es el día a día, y de que no siempre alcanza, casi nunca alcanza, quedarse de pie y aguantar. En el cuento “Randy Travis”, hay una madre que lo único que ama de su nuevo hogar es la música. Todo parece girar alrededor de eso y volverse su refugio y la posibilidad, la fantasía, de que Randy Travis era una vida mejor. Lo que considero una verdadera genialidad es el juego de luces y sombra del relato que sostiene de principio a fin como la instalación de un contraste necesario para marcar esa incomodidad que siente la narradora al ver cada vez más alejada a su madre de su papá.
Pensaba que estar presente era lo único necesario para mostrar su amor. Pensaba que su silencio era amor, que su mesura era amor. Decirlo en voz alta, hacer alarde tan abiertamente era ser impúdico. Pensaba que era ridículo andar lloriqueando por amor todo el tiempo. ¿Qué tipo de hombre era Randy Travis, que con tanta belleza, tanta salud, tanta fama y tanto dinero igual tenía cosas de las que quejarse?
“Randy Travis”
Los gestos en este cuento se miden mejor que las palabras: el padre intenta acercarse comprando entradas para un recital y la madre contesta cocinándole un montón de platos tradicionales, cuyo despliegue y colores son dignos de una muestra de arte. Pero la mirada está puesta en la luz despampanante y a la hora de que las manos de la pareja se encuentren se terminan quedando huérfanas un tanto humilladas y otro tanto resignadas al nuevo puesto en la cadena de prioridades.
El libro termina con “Recolección de lombrices” brillante y necesario. Como bien les citaba más arriba, un tema constante es ese volver a empezar del migrante, de recurrir a trabajos que nada tenían que ver con lo que habían estudiado o con el recorrido laboral que habían tenido en su país de origen. En este relato, todos los compañeros de trabajo de las dos protagonistas son de Laos, salvo uno, que comienza a trabajar poco tiempo después y con solo 14 años, se convierte en el jefe de todos. La manera en que la narradora logra que veamos en cada gesto lo indigno e injusto de todo lo que pasa en el relato hacen de que este sea uno de los puntos altos del libro.
Cómo pronunciar cuchillo es un libro de cuentos que sabe como volverse memorable. La mirada que tienen los chicos de sus padres convive con el tono de recuerdo que cualquier lector va a poder apreciar. Sabe, además, manejar muy bien los tonos, casi siempre tragicómicos, en el que no hay golpes bajos, sino más bien un perfecto equilibrio entre suerte y desdicha, entre instante valioso que vuelve al personaje resiliente aunque no lo quiera y pequeñas dosis de oscuridad propias del mundo atravesado por la crudeza. El deseo se siente y se describe desde tantas perspectivas que tranquilamente puede volverse uno de los tópicos fundamentales. Cada cuento posee puntos que se tocan, como un hilo conductor invisible tejido por alguien brillante, y, a su vez, logran diferenciarse y mantenernos en vilo de qué dirá el siguiente, qué cosa va a conmovernos ahora, qué otra injusticia puede sucederles a estos personajes o que momento de luz será el que ilumine por un rato la vida de alguno de ellos.
¿Qué dicen? ¿Me van a “dar pelota” y van a leer este libro? Aguardo sus comentarios en mis redes, ¡hasta el próximo Dame Pelota!